martes, 22 de junio de 2010

Escribo por urgencia


Se me quema la comida. Las zanahorias están negras y la milanesa es un cartón que voy a tener que comer con la mano. Pero las manos me piden tipear. Mejor no, las manos no, la cabeza. A ver si me pasa como el otro día cuando dije "lo suyo fue poner la cabeza", refiriéndome al trabajo intelectual y se me ofendieron. Me respondieron, no "trabajamos con el teclado". Ahhhhhhhhhhh. "Claro claro -respondí- lo escribiste con tu cabeza, podría haber tipeado cualquiera", no, no dije eso, miento, eso es lo que me hubiera gustado decir, pero, como siempre, me callo y después me enojo conmigo por no dejar fluir al pensamiento en palabras dichas. La cabeza es todo. Si tuviera a un perro, gato o pajarito capaz de tipear, juro que me echaría en el sillón a dictarle las notas y los correos. Tal vez no, tal vez, esto de tener las letras que se van encadenando delante de los ojos funcione como una ayuda para el hilo conductor que debería tener en la cabeza. El tema es que no hay hilo, escribo por urgencia. Perentoriamente, en el caso de que exista esa palabra. Perentorio: término legal que personalmente me encanta. Trato de incluirlo en casi todas mis notas, aunque siempre termina afuera el pobre. Nunca entra, nunca da. Para eso, debería haber sido abogada: "presente en plazo perentorio el escrito que se le solicita". Y me gustaría también meter la palabra "autos", la que aparece en las jurisprudencias (me estoy haciendo la entendida), la que me explicaron mil veces el significado y hoy no lo recuerdo. Apagué el horno. Ahora todo está quemadito como nos gusta a Francis Mallman y a mí y en un ratito se me van a romper los dientes cuando muerda. Pero la urgencia es mayor. Me tiemblan los dedos de ansiedad, se mueven solos sobre el teclado, piensan más rápido que mis neuronas. Ayer le hubiera arrancado las neuronas y la barba candado al fucking vendedor de Garbarino. Fuimos a comprar una impresora con toda la ilusión del mundo. Porque a mí me ilusiona una impresora, no necesito un plasma o un teléfono supersónico. Yo quería una impresora para poder escanear mis notas y subirlas al blog. Para imprimir lo que escribo y corregirlo en papel con lapiceras de colores, ¡qué lindo es poder hacer eso! Bueno, que fuimos ilusionados a comprar la impresora HP de 300 pesos que aparece en los carteles en la calle. Felices. Saludé al vendedor engelado con el peinado que usan todos los jugadores de fútbol del mundial, ¿tienen acaso el mismo peluquero? Porque los daneses lo usan, los de acá también, los mexicanos y Crrrissstttiano Rounauldo que usa Clear Men. ¿Cuánto tiempo le dedican al peinado? ¿pueden cabecear con esas crestas? A mí me daría miedo de no embocar el gol. Ahí lo prefiero a Messi que anda con su corte carlitos al viento. Que saludé feliz al vendedor de Garbarino que, como no podía ser de otra manera, se llamaba Christian (para mí es genético: barba candado, gel y christian, sale o sale un vendedor de garbarino). "Hola, quería ver la impresora HP, la que sale 300 pesos". Porque ya sabía lo que quería. Christian masticaba chicle. Nos miró, no dijo ni hola con la mirada y se limitó a responder "de esas no me quedan más". Silencio. "¿Y van a tener en algún momento?", me animé a decir con un poco de miedo por la animosidad agresiva de Christian. "Y no sé. Se las llevaron todas". Devuelta silencio. "Mmm. ¿Y tenés la Epson de 350?", porque antes había mirado por Internet y sabía que antes de llegar a los 450 había una Epson de 350 que estaba dispuesta a pagar porque ya estaba decidida. "No, no hay de ese precio. Ya pasan todas a 500", respondió el descarado. Porque a esa altura de la conversación Christian ya se había convertido en un maleducado maltratador de clientes. "Pero yo vi por Internet que había una de 350 y otras de 450". Juro que resopló y revoleó los ojos. Bufó como cuando tu mamá te retaba de chica y te animabas a contestarle adivinando la que se te venía frente a semejante desafío. Y Christian lo hizo impune sin que nadie lo retara ni lo mandara a pensar. "De esas no tenemos más", dijo dando por terminada la conversación. Como tonta que soy, me di media vuelta y me saltaron las lágrimas frente a tanto maltrato. Rodrigo me abrazó y me dijo "vamos a home depot" (en realidad, quiso decir compumundo, pero así nos entendemos). Salí a las puteadas. En Compumundo nos atendió una chica que no sólo nos trató excelente, sino que además tenía las impresoras HP baratas y que, como plus, nos explicó el tema de los cartuchos. Nos abrazamos cuando salimos como si nos hubiéramos comprado una casa. Después fuimos a Disco y gastamos 200 mangos en comida. Como diría mi mamá "no tiene relación".

miércoles, 16 de junio de 2010

De azules y lágrimas


Hoy fui a hacerle una entrevista a Gyula Kosice (Kósiche, si quieren pronunciarlo correctamente). Cuando era chica, en un capítulo de Plaza Sésamo uno de los personajes guardaba una lágrima en una cajita de cartón, como las de fósforos cuando no tenés encendedor. Bueno, desde ese época, siempre quise hacer lo mismo, pero cada vez la lágrima se secaba y el tesoro desaparecía. Kosice, además de otras grandes creaciones, logró hacer mi deseo realidad: guardar una gota para siempre. Prometió armarme uno de esos aparatitos en miniatura la próxima vez que vaya a visitarlo. Este es el registro visual de nuestro encuentro.

martes, 1 de junio de 2010

Otra nota en IN

El regreso del encaje

El delicado tejido salta desde las prendas interiores hacia el primer plano de la moda, en blusas, vestidos, faldas, zapatos, carteras y hasta perfumes. Para seguir leyendo, hagan click ACÁ.