martes, 12 de abril de 2011

Maravillas

Hoy no tengo ganas. De nada tengo ganas. Quiero salir en la bicicleta a despejarme. Esconderme por las callecitas de Parque Chas y echarme en alguna de las dos placitas. Dejar que el sol penetre a través de los ojos, que se meta por ahí y me ilumine el alma. Si los ojos son el espejo del alma, entonces, la luz del sol debería lograr iluminarla. O iluminar a las neuronas de este cerebro mío tan desconfigurado. Iluminar el pensamiento para cegarlo y que deje de funcionar, al menos, por unos días. Que piense en lo concreto. En lo urgente. Porque tengo cosas urgentes, es rarísimo, y sin embargo, esa urgencia no me urge. En cambio, me urge aclararme. Me urge un llanto de esos con espasmos, de esos que te dejan agotada, que dejan huella aunque te laves la cara con agua congelada. Hoy no tengo ideas. Las ideas se transformaron en un diálogo interno. Una locura obsesiva de pensamientos recurrentes que no son más que conflictos para resolver no sé cuándo. El sábado acompañé a mamá a las carmelitas. Cuánta paz había en ese lugar. Hablan con la gente a través de un sistema de ventana giratoria con redes que dejan pasar la voz pero que están cubiertas por un género oscuro para no verse las caras. Es tan relajante escuchar la voz de esa otra que habla con tanta serenidad. Mientras mamá charlaba con una de las carmelitas, nos fuimos con mi hermana al patio de la capilla. Un patio tan encantador. Para sentarse a tomar el té a media cuadra del puente de Jorge Newbery con el sonido del tren de fondo. Entramos a la capilla. Me senté y siempre empiezo a pensar que "hago que rezo". Que no me creo demasiado eso de rezar, que lo mío es un monólogo en el que trato de autoresponderme como si fuera Dios. Y Dios con mayúscula, sí, porque si Dios no va con mayúscula, entonces, ¿quién? Dios, qué hago con todo esto, para qué uso estos días, esta angustia, esta tristeza, qué sentido tiene haber gastado tanta plata en ropa hace un rato, no soy más feliz ahora ni antes. Una chica lloraba arrodillada unos bancos más adelante. Yo estaba sentada porque no puedo pensar cuando me duelen las rodillas. Y otra señora con una flor roja enorme en la cabeza, parecía meditar desde hacía rato. Cuando el llanto de la chica se hizo más fuerte, la señora de la flor se dio vuelta y con una sonrisa tan serena (serenidad es la palabra clave de este texto) le dijo que rezara y que fuera a tocar la reliquia de la madre maravillas. A mí con ese nombre no me da mucha credibilidad. La madre maravillas es una carmelita que todavía no es santa, creo, pero que está ahí. La imagen de la madre maravillas a mi me da un poco de miedo. No tiene rasgos angelicales, ni siquiera el gesto es demasiado agradable, de hecho, tiene ciertas facciones muy marcadas y una mirada fuerte. No es inspiradora, pero lo que no tiene de inspirador lo tiene de humana. Porque tampoco me convencen esos santos con caras de elevación constantes, no son humanos. Es fácil ser santo cuando Dios se te aparece. Pero lo cierto es que a la gran mayoría no se nos aparece ni aunque se lo roguemos (yo siempre le rogué lo contrario, me daría pánico) y creemos porque queremos no porque tengamos demasiadas pruebas concretas. Prefiero querer sin ver nada porque seguramente dudaría también de la naturaleza de la visión y ahí me terminaría de trastornar completamente. Y como prefiero querer y creer sin ver, también prefiero a los santos normales. Y la madre maravillas, aunque monja, tiene cara de normal. Detrás de la chica que lloraba, ma acerqué yo también a la reliquia dispuesta en una cajita de cristal. Prefiero no saber qué es la reliquia. Ojalá sea una partecita del manto y no una partecita de un dedo, por ejemplo. Eso me da tanta impresión. Toqué el vidrio de la reliquia y le pedí que hiciera alguna maravilla por mí. Estoy esperando madre wonderfulls.

Más tiempo pasa, más cerca estoy la despedida

Escribir para nada, para admirarme a mí misma. Para dejar que pase el tiempo. Porque quiero dejar que pase el tiempo. Que las horas pasen rápido porque cuánto más veloces, más lejos de la vida y más cerca del cementerio. Sí, lo dije, soy trágica. Soy novelera. Me gusta sufrir. Disfruto del conflicto. Sufro de verdad, no es un acting. No interpreto a la chica a la que no le dan laburo si no rompe las pelotas, tampoco hago que soy la que no tiene un mango, ni la que siente que le falta, que se equivocó de rubro y que, cuando medita acerca de un trabajo que le quede bien, sólo se le ocurre limpiar casas. Ni siquiera ser manicura, porque tampoco podría. Tengo un pulso pésimo. Me gustaría ser manicura. Pensaría solamente en las cutículas de mis clientas o en la forma redondita o cuadrada de las uñas y me darían cinco o diez pesos de propina cada una. ¿Querés francesita? Que quieran siempre, que es la que se cobra más cara, pasa que ahora no está de moda. Ya volverá, como todo. Como mi pelo sin raya que pensé que nunca más iba a volver a usar. A los quince aprendí a manejarlo bastante bien sin ninguno de los artilugios de hoy y lo llevaba así, al viento, de un lado al otro. Muy noventas. Y como ahora los noventas son vintage, recuperé mi antiguo peinado. El tema es que se ensucia demasiado, hay que lavarlo todos los días y plancharlo, con lo que implica la pérdida de tiempo de la planchita. Pero volviendo a la ecuación de origen: más tiempo pasa, más cerca estoy la despedida.
Sufro y soy esa. A veces, casi nunca, actúo de la otra. De la que no soy: la exitosa, la que todo el mundo adora, la copada, la simpática, la que se banca a todos, la que nunca ve lo peor del resto, la divina total que no registra el entorno. Me cuesta interpretar a esa. No soy buena actriz. Me sale ser crítica, soy mejor siendo antipática y haciendo comentarios llenos de malicia sobre todo lo que veo y escucho. Pero a la vez, soy generosa. Puedo ser un desastre en millones de aspectos, pero sé que si me voy al cielo es porque practico la generosidad con gusto y alegría. Me salió re frase Opus Dei, pero es así. Pasa que nadie valora la generosidad, no te pagan por ser generosa, sí por ser una forra que se hace la simpática. Y también, aunque la biblia diga que no es mérito, quiero mucho a las personas que me quieren. Y las quiero con todo el corazón. Me entrego completamente. Que me acusen de amargada, que todavía guardo sensibilidad en el alma. Aunque no sé. ¿Una amargada? ¿Por qué no se puede ejercitar el espíritu crítico y la duda constante? ¿Por qué cae mal? La gente me dice “vos y tu discursito agotador”. ¿Y ellos? Con su onda de ir siempre hacia delante aunque haya un paredón evidente que te va a partir al medio. Pero todos siguen adelante, confían, desarrollan su emocionalidad, hacen introspección y se jactan de sus años de terapia. 

Estar soltera es lo más (texto aún no editado)