jueves, 22 de abril de 2010

Alegría de segundamano


No soy escéptica, soy una pesimista sentimental de las circunstancias reales y concretas.
Un codo en el camino no implica, necesariamente, el adelanto de una existencia medianamente feliz. Fue de a poco, como una curva abierta imperceptible que desvía el camino para siempre. Las revelaciones sólo pertenecen a la ficción, en la vida real no hay señales ni advertencias, no soy la heroína de una novela. Los errores se repiten y agregan nuevos obstáculos y dificultades.

La desgracia amorosa puede teñir de oscuridad la vida entera. Decimos que no, que somos independientes, que nos sentimos cómodos con la soledad, que los niños nos molestan, que disfrutamos de la libertad, que la felicidad es un momento y no un estado, que el sentido pasa por el trabajo, por los amigos, por la familia, por el perro, por la plata, por Dios, por la religión. Que la suma de todos da como resultado una existencia plena. Nos engañamos. Aunque disfrutemos de horas felices, son horas robadas de vidas ajenas, como una alegría de segundamano.
La filosofía, cuando habla de vocación, del llamado a ser algo en la vida -como padres, esposos, religiosos, místicos, revolucionarios, pacifistas-, no menciona a los solteros. Al parecer, la soledad no clasifica como estado vocacional. Ni siquiera existe una categoría para los frustrados en el amor. Para los que no encontraron, no supieron, no pudieron. Para los que transitaron por infinitas parejas con fecha de vencimiento. Para los que se desencontraron. Para los que decidieron tarde esperando un amor revelador. 

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