sábado, 28 de agosto de 2010

Sísifo con fibromialgia

Me diagnosticaron la enfermedad hace unos cuantos años. Nunca me decidí a visitar al médico correspondiente, un reumatólogo, por ejemplo. Al parecer, no tiene cura. Dicen que Frida Kahlo sufría de fibromialgia. Básicamente, funciona como una contractura, pero en un nivel más profundo, digamos, es como si las fibras de los músculos se estrujaran de la misma manera que uno estruja un trapo de piso para que no chorree. Bueno, eso es lo que pasa con las fibras de los músculos. A mí me da ganas de arrancarme, por ejemplo, la espalda y meterla adentro de una trituradora de carne, igual que esa imagen que está en The Wall con los chicos sin cara. Como no puedo y tampoco me animaría, entonces, envuelvo un martillo en una gamuza (franela le dice la mayoría de la gente, pero a mí me suena mal) y me paso el día golpeando(me). No es masoquismo. Dicen que las vibraciones provocan algo con el ácido láctico que alivia el dolor. Me pasaron el dato de unas gotitas símil morfina, pero la verdad que, por ahora, me aguanto con el martillo y pienso adquirir una de esas almohadas de calor, aunque la verdad me impresiona un poco el tema de la electricidad. Ahora, esto de agregarme la piedra de Sísifo no me cierra para nada.

miércoles, 14 de julio de 2010

De la repostería vintage

Primero, me dediqué a separar las cerezas al marrasquino de los firuletes de crema chantilly que cubrían toda la superficie de la torta. Me dijeron que estaba arruinando la decoración, pero no me importó. ¿Acaso importan esas cerezas que parecen de gelatina? Me pregunto si son artificiales. De hecho, estoy convencida de que no son naturales (si alguien fuera tan amable de aclararme el punto, que me da fiaca googlear). "Estás haciendo un enchastre", dijo mamá. "A Rodrigo le encantan y a mí me encanta la crema. Hacemos re buena pareja", le respondí y se quedó contenta. Nadie se animó a cortar la Selva Negra durante este proceso. Mis sobrinos se comieron las obleas de chocolate. Y mamá se robó algunas cerecitas. Cuando sólo quedaban unos pocos manchones blancos de los picos de crema hechos con manga en relieve, me tenté de probar la torta con la esperanza de que la repostería moderna también hubiera llegado a la confitería más antigua de Buenos Aires. Tal vez, pensé, adentro sea una masa de brownie suavecita y húmeda rellena con dulce de leche. Me equivocaba. Corté y probé. La masa dura y seca estaba ahogada en cantidades preocupantes de oporto. Deberían avisar que esas tortas no son aptas para alcohólicos en recuperación. Te comés dos porciones y quedás alegre y con resaca.
Las tardes de domingo en la casa de mi nona eran tarde de tortas borrachas. De vainilla, crema, duraznos y vino dulce o cognac. A nosotras nos permitían comer, pero daba lo mismo. En cambio, esperábamos ansiosas los alfajores Terrabusi y los chizitos que nos guardaba la nona. Trabajaba como cocinera del St. Catherine's y nos traía lo que sobraba. Era un festín. Los domingos nos levantábamos temprano. Mamá nos dejaba vestirnos con la ropa más linda: vestidos con moño en verano y polleras kilt con medias can can en invierno. Mi hermana tenía un montgomery envidiable de La Niñería. A mí me había tocado una camperota inflada tipo michelines de color rojo. Íbamos a misa de 11. Nunca lograba prestar atención y sólo pensaba en que cuando tuviera 19 -sí, 19, ni más ni menos- entendería todo y no me aburriría en la misa. Siempre íbamos del lado de la Virgen. A mí me gustaba más el otro lado porque las ventanitas eran de vidrio tranparente y entraba más luz y porque la puerta daba a la campana gigante en la que Ale tiene las fotos de la primera comunión. Además, el lado nuestro, era el de los pobres y el más triste. La iglesia era muy linda: completamente blanca con imágenes talladas en madera. Una "nave" para la Virgen, otra para el Sagrado Corazón y la principal, con dos filas de bancos, para la Cruz y el sagrario. Tenía arcadas que dividían los tres sectores y nada de imágenes redundantes ni rococó. El atrio era enorme con piso de laja y ventanas bajas que daban al salón parroquial del subsuelo. Ahí saludábamos a las otras familias a la salida de la misa. El cura nunca salía a saludar. No tenía la onda simpática de pastor con la comunidad. Mientras mis viejos charlaban, nosotras jugábamos en los canteros y alrededor de la campana que jamás nos animamos a tocar.
Volvíamos a casa. Y al ratito, salíamos devuelta para la casa de la nona. Nos llevábamos una caja de zapatos forrada con flores lilas con las muñecas articuladas (porque no había Barbies) y la ropita para jugar y no aburrirnos. En el viaje, cuando no me quedaba dormida, jugábamos a contar Renault 12. Si me ganaba el sueño, cuando llegábamos a Los Incas y Martínez, Ale siempre me decía "llegamos a la China" y yo siempre le creía hasta que salía del auto y me daba cuenta de que estábamos en la puerta de la casa de la nona. Y empezaba el festín borracho. 

martes, 22 de junio de 2010

Escribo por urgencia


Se me quema la comida. Las zanahorias están negras y la milanesa es un cartón que voy a tener que comer con la mano. Pero las manos me piden tipear. Mejor no, las manos no, la cabeza. A ver si me pasa como el otro día cuando dije "lo suyo fue poner la cabeza", refiriéndome al trabajo intelectual y se me ofendieron. Me respondieron, no "trabajamos con el teclado". Ahhhhhhhhhhh. "Claro claro -respondí- lo escribiste con tu cabeza, podría haber tipeado cualquiera", no, no dije eso, miento, eso es lo que me hubiera gustado decir, pero, como siempre, me callo y después me enojo conmigo por no dejar fluir al pensamiento en palabras dichas. La cabeza es todo. Si tuviera a un perro, gato o pajarito capaz de tipear, juro que me echaría en el sillón a dictarle las notas y los correos. Tal vez no, tal vez, esto de tener las letras que se van encadenando delante de los ojos funcione como una ayuda para el hilo conductor que debería tener en la cabeza. El tema es que no hay hilo, escribo por urgencia. Perentoriamente, en el caso de que exista esa palabra. Perentorio: término legal que personalmente me encanta. Trato de incluirlo en casi todas mis notas, aunque siempre termina afuera el pobre. Nunca entra, nunca da. Para eso, debería haber sido abogada: "presente en plazo perentorio el escrito que se le solicita". Y me gustaría también meter la palabra "autos", la que aparece en las jurisprudencias (me estoy haciendo la entendida), la que me explicaron mil veces el significado y hoy no lo recuerdo. Apagué el horno. Ahora todo está quemadito como nos gusta a Francis Mallman y a mí y en un ratito se me van a romper los dientes cuando muerda. Pero la urgencia es mayor. Me tiemblan los dedos de ansiedad, se mueven solos sobre el teclado, piensan más rápido que mis neuronas. Ayer le hubiera arrancado las neuronas y la barba candado al fucking vendedor de Garbarino. Fuimos a comprar una impresora con toda la ilusión del mundo. Porque a mí me ilusiona una impresora, no necesito un plasma o un teléfono supersónico. Yo quería una impresora para poder escanear mis notas y subirlas al blog. Para imprimir lo que escribo y corregirlo en papel con lapiceras de colores, ¡qué lindo es poder hacer eso! Bueno, que fuimos ilusionados a comprar la impresora HP de 300 pesos que aparece en los carteles en la calle. Felices. Saludé al vendedor engelado con el peinado que usan todos los jugadores de fútbol del mundial, ¿tienen acaso el mismo peluquero? Porque los daneses lo usan, los de acá también, los mexicanos y Crrrissstttiano Rounauldo que usa Clear Men. ¿Cuánto tiempo le dedican al peinado? ¿pueden cabecear con esas crestas? A mí me daría miedo de no embocar el gol. Ahí lo prefiero a Messi que anda con su corte carlitos al viento. Que saludé feliz al vendedor de Garbarino que, como no podía ser de otra manera, se llamaba Christian (para mí es genético: barba candado, gel y christian, sale o sale un vendedor de garbarino). "Hola, quería ver la impresora HP, la que sale 300 pesos". Porque ya sabía lo que quería. Christian masticaba chicle. Nos miró, no dijo ni hola con la mirada y se limitó a responder "de esas no me quedan más". Silencio. "¿Y van a tener en algún momento?", me animé a decir con un poco de miedo por la animosidad agresiva de Christian. "Y no sé. Se las llevaron todas". Devuelta silencio. "Mmm. ¿Y tenés la Epson de 350?", porque antes había mirado por Internet y sabía que antes de llegar a los 450 había una Epson de 350 que estaba dispuesta a pagar porque ya estaba decidida. "No, no hay de ese precio. Ya pasan todas a 500", respondió el descarado. Porque a esa altura de la conversación Christian ya se había convertido en un maleducado maltratador de clientes. "Pero yo vi por Internet que había una de 350 y otras de 450". Juro que resopló y revoleó los ojos. Bufó como cuando tu mamá te retaba de chica y te animabas a contestarle adivinando la que se te venía frente a semejante desafío. Y Christian lo hizo impune sin que nadie lo retara ni lo mandara a pensar. "De esas no tenemos más", dijo dando por terminada la conversación. Como tonta que soy, me di media vuelta y me saltaron las lágrimas frente a tanto maltrato. Rodrigo me abrazó y me dijo "vamos a home depot" (en realidad, quiso decir compumundo, pero así nos entendemos). Salí a las puteadas. En Compumundo nos atendió una chica que no sólo nos trató excelente, sino que además tenía las impresoras HP baratas y que, como plus, nos explicó el tema de los cartuchos. Nos abrazamos cuando salimos como si nos hubiéramos comprado una casa. Después fuimos a Disco y gastamos 200 mangos en comida. Como diría mi mamá "no tiene relación".

miércoles, 16 de junio de 2010

De azules y lágrimas


Hoy fui a hacerle una entrevista a Gyula Kosice (Kósiche, si quieren pronunciarlo correctamente). Cuando era chica, en un capítulo de Plaza Sésamo uno de los personajes guardaba una lágrima en una cajita de cartón, como las de fósforos cuando no tenés encendedor. Bueno, desde ese época, siempre quise hacer lo mismo, pero cada vez la lágrima se secaba y el tesoro desaparecía. Kosice, además de otras grandes creaciones, logró hacer mi deseo realidad: guardar una gota para siempre. Prometió armarme uno de esos aparatitos en miniatura la próxima vez que vaya a visitarlo. Este es el registro visual de nuestro encuentro.

martes, 1 de junio de 2010

Otra nota en IN

El regreso del encaje

El delicado tejido salta desde las prendas interiores hacia el primer plano de la moda, en blusas, vestidos, faldas, zapatos, carteras y hasta perfumes. Para seguir leyendo, hagan click ACÁ.

sábado, 29 de mayo de 2010

Las 10 mejores bebidas alcohol free


Y ahora, vamos con las bebidas no alcohólicas ideal para los fundamentalistas de la salud. Va el link: http://www.planetajoy.com/?Solo_para_abstemios%3A_las_10_mejores_bebidas_sin_alcohol&page=ampliada&id=1531#.

El ranking del chupetín


Seguimos con los rankings del kiosco. Esta vez, el del chupetín. Pasen y lean: http://www.planetajoy.com/?El_ranking_del_chupetin%3A_los_10_mejores&page=ampliada&id=1475#.

lunes, 26 de abril de 2010

Cine 3D: Cuando la imagen volvió a saltar de la pantalla (en Ópticos)


Otra nota de la última Ópticos sobre el cine 3D. Para los que no entienden nada, como ERA mi caso, resulta una buena guía para comprender por qué tanto alboroto con algo que, a primera vista, parece tecnología antigua pero nada que ver: es tremendamente nueva. Hablé con Diego Dieguez de 3DN y con Charly Steiger de El Moustrito. Muy buena onda.

Cuando la imagen volvió a saltar de la pantalla

Interviú a Gaby Herbstein en Ópticos


En febrero, la entrevisté a Gaby Herbstein para la sección de artistas de la revista Ópticos. Una copada. Hagan click para leerla.

Entrevista a Gaby Herbstein

Una nota en OHLalá de abril

La nota completa está en la versión impresa (la que tiene a Dalmita en la tapa), acá va sólo una síntesis publicada en la web de la revista. Diviértanse con los comentarios: hay uno que dice "Cecilia, el pibe te dejó porque sos muy infantil". Si supieran...

¿Querés dejarlo? Animate

sábado, 24 de abril de 2010

El perro de mi barrio

La tarde de la gran nevada en Buenos Aires lo vi pasar, desde el ventanal de mi departamento, por la vereda de enfrente. El pelo negro de siempre se había cubierto de una capa blanca y radiante que dejaba ver parte del collar verde con la medallita que decía “Negro” de un lado y “Estación Belgrano R” del otro. Caminaba decidido como si le hubieran encargado alguna misión especial de rescate o algo así.

Nos conocimos en cuanto me mudé a esta parte del barrio. Me lo cruzaba todas las mañanas cuando cruzaba la plaza para tomarme el tren. Era la época en la que todavía tenía que viajar para ir a trabajar. Salía muy temprano de casa porque tenía que estar a las ocho en Puerto Madero para actualizar las noticias del sitio. Reiki siempre andaba por la plaza a esa hora. Parecía venir de alguna parte. Y cada vez que pasaba caminando apurada con mis tacos ruidosos, Reiki se apuraba moviendo la cola esperando una caricia de buenos días. Si yo corría para no llegar tarde, él también se dirigía a alguna parte. Iba y venía por un determinado perímetro del barrio. Un día me lo crucé en Crámer y Echeverría y una noche de verano lo vi echado durmiendo, con una placidez envidiable, en Naón y Sucre.

No se llamaba Reiki. Los vecinos del barrio le decían “Negro”. En Croxi le daban de comer y alguna señora se encargaba de darle las vacunas y de bañarlo cada tanto. Para mí siempre fue Reiki. Me hacía gracia verlo los sábados a la mañana participando activamente de la clase de lo que para mí es reiki: gente que se junta en un sector de la plaza, por lo general, vestida de blanco, a hacer movimientos con el cuerpo sin miedo al ridículo ni a nada. No sé si eso se llama reiki, pero seguro que es algo oriental como el tai chi o el kung fu. De ahí el nombre. Era lindo verlo a Reiki paseándose alrededor de esas personas mientras estiraban los brazos y las piernas haciendo como un ritual hacia la naturaleza de la plaza.

A mí Reiki me generaba un cariño por los perros hasta ese momento jamás experimentado. Me intrigaba su paso tan decidido hacia ninguna parte. El sujeto transitaba como cumpliendo horarios por las distintas calles del barrio. Cuando me enfermé, salía a caminar un rato todas las tardes para que el aire de verdad me sacudiera la cara y los pensamientos. Y ahí, en esos paseos, siempre me cruzaba a Reiki que, estoy segura, se alegraba de verme: movía la cola y daba saltitos, supongo, de alegría. Me acompañaba caminando una o dos cuadras pero enseguida algún llamado interno de alerta lo hacía modificar su itinerario y se daba media vuelta para regresar a nowhere, como la canción de Talking Heads.

Reiki era (es, sigue siendo) un perro raza perro. Es parte de su encanto. A mitad de camino entre un ovejero alemán, Reiki seguramente tiene antepasados patricios. Siempre parecía saberlo todo. Dejaba pasar a los autos en las esquinas, se quedaba bien quieto frente a la barrera baja del tren, jamás molestaba a los chicos de la plaza y pocas veces lo escuché ladrar. Era como un perro con alma que había descubierto el sentido de su existencia.

Pero un día dejé de cruzármelo.

Enfrente de casa, en diagonal en realidad, vive un matrimonio de viejos con mala onda que tienen uno perro de esos bien tontones. Enorme, demasiado peludo, de raza y con correa. Peleador. De los que se embroncan hasta con un caniche toy vestido de rosa. Y parece que la relación entre el perrito mimado de mis vecinos y Reiki venía complicada. Porque cada vez que el grandulón lo veía empezaba a provocarlo. Fui testigo de la escena un par de veces y quedé impresionada por la grandeza de Reiki que se detenía a mirarlo, unos segundos nada más, como evaluando si valía o no la pena enfrentar a semejante idiota, le ladraba un poco como para seguirle la corriente y continuaba caminando hacia destinos más importantes. El tema es que la provocación pasó a mayores un día en el que los dueños de “Antonio” (así se llama, por favorrrr) decidieron soltarle la correa. Me lo contó mi vecina que es como la Lucho Avilés de la cuadra: Reiki pasó caminando y Antonio le empezó a chumbar y tanto le rompió las pelotas –literalmente- que Reiki terminó perdiendo la paciencia y lo mordió con toda su experiencia y expertise callejero. Según Marisa, mi vecina masajista, Juan y Jorge, los porteros de los únicos edificios de mi cuadra, tuvieron que separarlos para que no se terminaran matando. Inmediatamente, los dueños del pollerudo le hicieron una denuncia a Reiki por “perro violento” y enseguida llegaron los de la perrera para llevárselo hacia destinos inciertos. Aquí comenzó el calvario de Reiki que de la libertad de sus calles paquetas pasó a la cárcel para perros asesinos.

A los meses, dando por sentado que lo peor había sucedido, en una de mis salidas a hacer los mandados al Disco de Naón, vi a Reiki recuperado y durmiendo en los jardines externos de una de las casonas inglesas de la otra cuadra. A la vuelta, seguía del otro lado de las rejas con el hocico asomado hacia la calle. Fue como encontrarme con el amor de mi vida. Me agaché, nos miramos a los ojos, Reiki movió la cola y yo le acaricié la cabeza. Se había salvado y me saltaron las lágrimas de emoción y alegría.

Una noche, cuando bajé a sacar la basura, me crucé con mi vecina que, además de hacer masajes, también les da de comer una familia de gatos glotones que duermen arriba de los autos que estacionan en la vereda de casa. Me contó que después de la perrera, con la denuncia a cuestas, lo enviaron a una granja de recuperación para perros violentos (existe, sí) y que, ahí, se agarró neumonía. Parece que estuvieron a punto de sacrificarlo, pero que, por alguna razón que ni ella conocía, la vecina de la otra cuadra había hecho todas las gestiones suficientes para salvarlo y llevárselo a su casa. Reiki ahora tiene prohibido andar suelto por las calles del barrio (aunque a veces lo dejan salir), pero vive con una familia con nenes que se divierten con él y con una tortuga que debe entender más que todos.

jueves, 22 de abril de 2010

Alegría de segundamano


No soy escéptica, soy una pesimista sentimental de las circunstancias reales y concretas.
Un codo en el camino no implica, necesariamente, el adelanto de una existencia medianamente feliz. Fue de a poco, como una curva abierta imperceptible que desvía el camino para siempre. Las revelaciones sólo pertenecen a la ficción, en la vida real no hay señales ni advertencias, no soy la heroína de una novela. Los errores se repiten y agregan nuevos obstáculos y dificultades.

La desgracia amorosa puede teñir de oscuridad la vida entera. Decimos que no, que somos independientes, que nos sentimos cómodos con la soledad, que los niños nos molestan, que disfrutamos de la libertad, que la felicidad es un momento y no un estado, que el sentido pasa por el trabajo, por los amigos, por la familia, por el perro, por la plata, por Dios, por la religión. Que la suma de todos da como resultado una existencia plena. Nos engañamos. Aunque disfrutemos de horas felices, son horas robadas de vidas ajenas, como una alegría de segundamano.
La filosofía, cuando habla de vocación, del llamado a ser algo en la vida -como padres, esposos, religiosos, místicos, revolucionarios, pacifistas-, no menciona a los solteros. Al parecer, la soledad no clasifica como estado vocacional. Ni siquiera existe una categoría para los frustrados en el amor. Para los que no encontraron, no supieron, no pudieron. Para los que transitaron por infinitas parejas con fecha de vencimiento. Para los que se desencontraron. Para los que decidieron tarde esperando un amor revelador. 

jueves, 25 de marzo de 2010

Chacarita en bicicleta

Me subí a mi bicicleta fucsia (rodado 24, y qué?) un día de enero y recorrí el barrio vecino tomando notas, probando cosas ricas, paseando por la feria, sacando fotos y asfixiada de calor. Terminé con una coca fría en el Bar Rodney, lástima que no me lo crucé a David Byrne. Salió este mes en Brando. Esta es la versión on-line. 

Brando Maps: Chacarita

viernes, 19 de marzo de 2010

Con mi amigo García Ferré

El año pasado entrevisté a García Ferré. En una de las entradas antiguas está publicada la interview. Como esto se está poniendo más personal (mmm! ¿a quién le importa, no?), subo el registro fotográfico del encuentro con el creador de Anteojito y todos los demás. La verdad es que yo era de Billiken, pero cada tanto moría por alguno de los juguetes de la competencia. Gracias Diego, el fotógrafo, por el regalo. Observen el detalle: estoy abrazando literalmente a un Anteojito de cartón y eso que estaba medicada.

Ojo, que los trabajos también se ponen feos

Escaneada por la amable entrevistada para esta nota, María Inés del Árbol, puedo subir una de mis notas de este mes en Brando. Sigo aceptando donaciones para adquirir la impresora multifunción. Que no les dé fiaca, ¡lean! Escribo con tanto amor.

viernes, 12 de marzo de 2010

Without me


Si muriese en una guerra, sería en una batalla encarnizada por conseguir la camisa más linda de Jazmín Chebar en una liquidación, no arriesgaría mi vida por Paula o Clara. Las causas justas y románticas me parecen importantes, aunque imagino que sería más coherente conmigo morir en medio de una pelea cuerpo a cuerpo con alguna otra desquiciada por la ropa como yo. Me animo a confesarlo: soy lo que se dice una loca por las compras, como el libro de Sophie Kinsella que, claramente, figura entre mis favoritos. Me encantan las carteras y las camisas. No tanto los zapatos. Muero por los iluminadores que dejan los ojos radiantes y, con 32 años, me parece lógico que sea fanática de toda la línea antiage de Vichy. Tengo, además, una biblioteca repleta de libros. Creo el gusto por la estética y por la la moda no es incompatible con el interés y la fascinación literaria. Adoro a Javier Marías, a David Lodge, a John Irving, a Alesandro Barrico, a Camus, a Graham Greene, a todos por igual. Soy compulsiva por la ropa y por los libros. Si estoy angustiada, además de unas gotas de Rivotril, una tarde en el Paseo Alcorta con previa visita a la librería de mi barrio, Caleidoscopio, puede hacerme completamente feliz. Y un té con mantecados de limón. O un combo de películas o un empacho de Mad Men. O un día cocinando y decorando cupcakes con colorantes rosas y amarillos.


Sin creerme mil, estoy convencida de que el mundo se perdería de unas cuantas cosas si se consumiera mi existencia. Somos imprescindibles, únicos e irrepetibles. Todo lo contrario que digan es mentira. El planeta seguirá girando, pero quedará incompleto, ya nada será lo mismo. En mi caso particular, no creo que existan demasiadas personas que puedan conversar sobre las causas últimas de la exitencia mientras analizan con ojo crítico la última colección de Desiderata. O que mueran por la Oreja de Van Gogh, escuchen a Carla Bruni y a Vicentico, les encante Keane y Green Day, salten con Killers y se copen mal con David Bowie y Talking Heads. Ni tampoco que disfruten tanto cantando en el auto mientras pasean por la ciudad vacía en una noche de verano. Cuántas personas que pasaron por la experiencia de haber sido internadas en un psiquiátrico pueden contarlo hoy con naturalidad. Me fui a la mierda con tantas supuestas virtudes. Debería morirme, la muerte no me asusta, la espero.

Dicen que lo peor es la falsa humildad, o sea, no reconocer lo que tenemos de bueno con la intención de que sean otros los que nos halaguen. Prefiero autoelogiarme. El mundo se perderá de mis notas esmeradas y correctas, de los miles de sumarios con ideas geniales que nunca serán escritas, de mis actualizaciones de estado en FB, de las poesías que no me animo a mostrar a nadie, de las canciones que hago que toco en la guitarra cuando estoy sola, de la íntima sensación de placer y seguridad que experimento cada vez que algo sale tal como lo esperaba, de la forma de caminar que tengo cuando me siento especialmente linda e inteligente.

Contemplaré desde el aire al mundo sin mí y me extrañaré andando en bicicleta con el canastito tan pretty con el que llevo mi eco bag de las compras. Me pregunto si quien herede mi equipo de peluquería –el mega secador, la planchita y el modelador- logrará el curvado ideal de las ondas en las cabezas de mis pacientes hermanas siempre dispuestas a la experimentación. Si alcanzará la perfección en los recogidos hippies que me confirmaban que lo mío también era el arte de los peinados.

Si Dios me lo permite, bajaré a susurrarle a mamá esas palabras mías que ella repetía con orgullo, citándome en un REC permanente, como si hubiera ganado un premio nobel o fuera una pensadora reconocida. Me apareceré en sueños para aconsejarla y ella, preocupada por mi destino dudoso en el purgatorio, me hará una misa para ayudar a que se me abran las puertas del cielo.

Quedarán tantas cosas para ordenar. El tocador repleto de horquillas, de maquillaje y de muestras gratis de cremas para probar. La biblioteca a punto de perder el equilibrio por los ya cientos (y lo escribo con orgullo) de libros apilados y llenos de polvo. La computadora y las carpetas que me hubiera encantado crear para no perder tiempo buscando archivos viejos, los favoritos de Internet que a los que me da pereza agruparlos por intereses y actividades. Los cds en sus respectivas cajitas para no encontrar a Cerati en la portada de Mimi Maura. El placard que nunca dejó de ser una mesa de Zara en tiempos de rebajas. Las cuentas, la deuda eterna con American Express y con el monotributo. El cajón de los secretos.

Me quedarán otras tantas cosas por hacer. Tener un hijo. Casarme de blanco. Ser vendedora de ropa y cantante de rock. Terminar esa novela que espera inconclusa un verdadero final, escribir la nota perfecta, conocer a Javier Marías y darle un beso apasionado a Morrissey.

jueves, 4 de marzo de 2010

El hombre cubista


Va un inédito. Lo publico primero sin orden de preferencia, quizás, sea uno de los pocos textos no tan privados que escribo cuando tengo tiempo.


Hay un sujeto que me molesta. En realidad, no sé si es uno o varios, ni siquiera logro discernir si es hombre, mujer o todo junto. Quizás sea alguna divinidad de la mitología griega o romana que, por mis escasos conocimientos culturales, no estoy identificando. La cuestión es que está ahí, parado, inmóvil, esperando y me molesta. Su esquina, porque se la adueñó, es la de Sucre y Superí, lugar de tránsito intenso en mi vida cotidiana: camino del banco, de la librería, de la Juvenil y, cada tanto, de la peluquería. Somos vecinos, nos distancian dos cuadras, yo paro, digamos, en Juramento y Superí. Al parecer, el tipo podría ser un homeless que se encariñó con la esquina, con los habitués del 113 que tiene la parada en ese mismo lugar.


Hace poco, intenté acercarme y tocarlo porque parece de cartón, aunque la lluvia nunca lo arruina. Se mantiene impecable con su traje arrabalero que combina con un estampado militar camuflado de negro y verdes. Impresionan sus piernas de mujer haciendo la vertical, de anatomía perfecta, luciendo unos tacos imposibles. Si tuviera que definirlo en términos artísticos, diría que es un hombre cubista, que se deconstruye en una multiplicidad de miradas intentando abarcarlo todo.

Todavía no logré descubrir su verdadera naturaleza, por eso, prefiero llamarlo sujeto, no en un sentido filosófico porque tampoco sé si dicha estructura posee un modo de pensar y sentir que le son propios. Es decir, que el término sujeto, en este caso, no significa necesariamente subjetividad.

Sin embargo, su particular diseño múltiple lo opone a la noción de objetividad. Contemplado desde cualquier ángulo, siempre es posible encontrar un ojo observador que mira desde su experiencia, casi como un espía. De hecho, su posición resulta definitivamente estratégica respecto de la comunidad Betel, el colegio y la sinagoga que ocupan una media manzana entre Sucre y Conde. Uno nunca sabe, el sujeto podría ser un terrorista disfrazado, dispuesto a todo, con alguna bomba escondida entre sus aristas.

No logré tocarlo. En cuanto intenté ponerle una mano encima, el guardia de seguridad del edificio de la esquina apropiada se acercó y me prohibió siquiera rozarlo. Cada vez que paso, siento que tanto el sujeto como el guardia me vigilan, que conocen todos mis movimientos. Por eso, he decidido evitar la esquina y caminar una cuadra más por Conde o por Melián, con tal de no cruzarme a ninguno de los dos.

El sujeto no se mueve, aunque su posición revela un evidente movimiento de baile de salón. Tango, concretamente. Tal vez, sean dos, una mujer y un hombre petrificados en una danza apasionada o macabra, como el cuadro de mi tío que me aterrorizaba cuando era chica.

Lo curioso es que el sujeto pareciera tener familiares en distintos barrios de la ciudad. Siempre paran en las entradas de los edificios que construye la empresa Town House, esos bloques de cemento cuadrados que, según mis categorías de belleza, no son nada lindos. Algunos suben escaleras, otros se entrelazan en una multitud de cabezas, brazos y piernas, casi monstruos, como el de José Hernández y Tres de Febrero. Serán hermanos, primos, descenderán de una raza diferente, hasta puede que sean extraterrestres.

Por las noches, imagino que mi vecino se libera de la esquina y que sus múltiples personalidades deambulan por el empedrado de Melián, entre las casonas inmensas y las tipas que componen un techo estrellado color violeta. En verano, pasear por Melián es como prender el aire acondicionado, se siente la atmósfera libre de vapores y calores abrasadores.

Como en los cuentos infantiles, los sujetos de Town House quizás se despierten de noche y conviertan sus calles en grandes salones de baile, danzando al ritmo de ese tango que dice, en este caso, “barrio de Belgrano, caserón de tejas”. Aquí, necesito hacer la justa aclaración de que la empresa constructora intenta hacer lo posible por desterrar las tejas de toda la ciudad a cambio de cajones de cemento que se pretenden modernos. No quiero caer en el lugar común de los que se quejan de las nuevas construcciones, porque, al fin y al cabo, también termino criticando el edificio de mal gusto que otro grupo construye sobre Libertador, frente a Obras, de estilo supuestamente francés en el que se nota exageradamente que nada es artesanal, que las molduras son producto de maquinitas y que los techos negros son imitaciones malas de los originales. No soy arquitecta, así que no sé cuál será el lugar intermedio entre los dos estilos.

Lo que no logro entender es la utilidad de los sujetos que alberga Town House. Ya sé, el arte no es útil, no se valora en esos términos, pero no entiendo su funcionalidad dentro de un edificio. Uno de ellos, vecino de la zona, en Conde y Carbajal, debió ser eliminado de la vía pública. La escena se componía de un hombre, con su correspondiente sombrero de compadrito, que sujetaba entre sus brazos a una bailarina nadadora, vestida de celeste, interpretando una supuesta lección de natación. Su problema era el equilibrio. Porque la chica parecía querer avanzar pero su entrenador sólo la sostenía por las caderas, es decir, cada tanto, los pobres aparecían tumbados en diagonal a la vereda agotados de tanto ejercicio. La nadadora, además, quedó manca después de que un grupo de niñas del club que funciona en el vecino centro del Opus Dei se colgaran de sus manos y se las quedaran entre las suyas. Un verdadero peligro, tanto para los sujetos inmóviles como para cualquier niño aventurero y curioso de las expresiones artísticas contemporáneas. Desde ese momento, no hubo más lecciones de natación públicas, al menos, en esa vereda.

A mí me sigue intrigando el mamarracho de la esquina de las residencias en altura, como se denomina la construcción de tres pisos de Sucre y Superí. Me da ganas de desarmarlo y ordenarlo lógicamente para que, al menos, ofrezca una apariencia algo más humana que la cara del tipo de seguridad que vigila constantemente los movimientos de la cuadra. Quisiera trasladarlo a un espacio en el que no se sienta como una isla flotante. Creo que le sentaría mejor cruzar Superí y mudarse a la Casa del Poeta, un centro cultural del barrio en el que funciona la Sociedad de Fomento de Belgrano R. Otra opción sería movilizarlo hacia el vivero inmenso ubicado en una de las cuatro esquinas, enfrente, sobre Sucre. Esa casa también resulta desconcertante, a veces, sus habitantes se sientan a comer asados en la vereda del garage subterráneo. La escena, digna de los suburbios de la ciudad, no coincide con la estirpe barrial de casas inglesas de espíritu intelectual y repleto de barcitos que invitan, justamente, a meditar sobre el hombre que insiste en molestarme con su presencia cada vez que atravieso la esquina apropiada.

martes, 16 de febrero de 2010

Sobre el paradero de los sifones argentinos (JOY - 2009)

Me fui una mañana de invierno, a las siete desde Retiro, en un bondi con destino a Berisso. Costó, pero llegué a la rotonda número algo. Hacía tanto frío. Muy lindo y pintoresco el paseo, pero no sé si daba para dejar que me hablen más de tres horas sobre la historia del sifón y de la soda. Eso sí, suerte de periodista: me traje un sifón en miniatura y un pin del Club Oficial del Sifón Argentino.
Salió impresa y la publicaron online. ¿Quieren leer?

El cafecito de mi barrio (JOY - Febrero 2010)

Vivo a la vuelta, pero si viviera a mil cuadras, también me iría a trabajar ahí, es taaan lindo. Para leer mi reseña.

lunes, 15 de febrero de 2010

11 platos que jamás debés pedir en una primera cita (Planeta JOY - Febrero 2010)

Las primeras citas son delicadas. Tu compañero/a registra todo lo que hacés, lo analiza y saca conclusiones que pueden hacer que la noche termine a los besos, o con un “se me hace tarde y mañana tengo que madrugar”. En una primera cena, lo que comés y bebés dice mucho sobre vos y es necesario evitar riesgos innecesarios. Planeta JOY pone su granito de arena para que trascienda el amor, y aconseja: si tenés ilusiones de quedar bien parado y que la noche termine bien, nunca pidas los siguientes platos.

Pasen y lean

Estas son las 10 mejores barritas de cereal (Planeta JOY - Enero 2010)

Son raras las barras de cereal. Nacieron hace poco más de diez años como una opción quiosquera light entre tanto chocolate y caramelo, pero con el tiempo se fueron diversificando a tal punto que hoy nadie sabe si realmente son light o si son un engaña pichanga para los que se sienten culpa cada vez que compran un alfajor. En Planeta JOY salimos a probarlas todas y, más allá de sus calorías, elegimos las más ricas.

By myself

Consejos para construir tu reputación virtual (Brando - Enero 2009)

Todavía no logré hacerme el tiempo para publicar otras cosas escritas que no están en la web, ni tampoco para publicar mis textos inéditos (guauuuu!), pero es la idea.
Mientras tanto, adelanto enlaces: http://www.conexionbrando.com/nota.asp?nota_id=1225865&high=acu%F1a

lunes, 4 de enero de 2010